REVISTA MAGA
BUENOS AIRES
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En su libro más paradigmático “El Anticristo”, Friedrich Nietzsche sentencia que “es grave caer en la tentación de mentir a los demás, pero lo realmente peligroso es cuando uno se miente a uno mismo”. Nietzsche sostiene que cuando uno miente es -principalmente- porque es consciente de que algo está haciendo mal y prefiere el camino cómodo, el de engañar a los demás haciéndoles creer una visión errada de la realidad. Siguiendo al autor, estamos frente a una falla ética y moral del “mentiroso”.
La circunstancia que Nietzsche define como “realmente peligrosa” es cuando uno no comete ninguna falla ética o moral, sino que el grado de sus mentiras llegan a convertirlo a si mismo en víctima. “Uno pierde la percepción de la realidad y no distingue entre lo real y lo ficticio, por eso se puede decir que se miente a uno mismo”, explica Nietzsche. Este tipo de mentiroso no peca moralmente, no miente para engañar,Imagen: diariopanorama.com sino por estar confundido. El peligro y la gravedad reside en que al no saber que se está mintiendo (o creerse su propia mentira), es casi imposible que el mentiroso se de cuenta por si mismo de su mentira. Tendrá que ser otra persona quien (teniendo discernimiento sobre la realidad) lo haga recapacitar.
Dicho lo anterior, quedan dos premisas para rescatar del maratónico discurso de la Presidenta en la apertura de sesiones legislativas del pasado jueves. Primeramente, cabe destacar que –aunque tenga un poder de síntesis pésimo- Cristina sabe expresar lo que desea; sabe hacerse entender con claridad.
En segundo lugar, los argentinos entramos en la cruel paradoja de elegir el mal menor: tener una líder mentirosa, amoral y sin ética pero con la esperanza de que en algún momento llegue a solucionar la causa por la que está mintiendo o saber que nuestra Presidenta tiene la moral y la ética intacta pero al mismo tiempo ser conscientes que será mucho más difícil llegar a solucionar los problemas si estamos frente a este escenario (¿Quién, en el oficialismo, sería capaz de ‘hacer recapacitar’ a la Presidenta?).
Hablar sin decir nada
En las casi tres horas y media que Cristina se tomó frente a la Asamblea Legislativa para inaugurar el período 2012, no hubo ninguna explicación concreta de los sucedido en Once. Cristina llegó a la ridiculez de culpar al corralito del 2001 de la tragedia que causó la muerte de 51 argentinos inocentes que fueron obligados a utilizar el transporte público para cumplir con sus obligaciones.
La Presidenta aturdió a todos los presentes con cifras insignificantes y volvió a confirmar que la autocrítica no es una virtud del kirchnerismo. Para Cristina, el Estado no tuvo ningún tipo de responsabilidades por lo ocurrido en Once. Ni Schiavi (al que la justicia le prohibió salir del país), ni Jaime, ni De Vido, ni ningún otro funcionario recibió un castigo duro por parte de la Presidenta. ¿Puede eso ser posible? La tragedia de Cromañón le costó a Aníbal Ibarra un juicio político que acabaría con su gestión. Once parece que no le costará nada a ningún funcionario nacional.
Si hay algo en lo que el kirchnerismo se especializa en es el ámbito de la comunicación. Los operadores de la Presidenta sabían que la mejor manera de salir airosos luego de la devastación de Once era la de “distraer” la atención. La falta de experiencia del Jefe de Gobierno Porteño fue funcional al deseo del oficialismo. Un inexperto Macri anunció un día antes del discurso que rechazaba los subtes. Cristina recogió el guante y dedicó gran parte su discurso a satanizar la imagen del Jefe de Gobierno.
Los frutos de la desesperación
Quienes pertenecen al círculo íntimo de la Presidenta, afirman que Cristina comenzó a sentir (más que nunca) la ausencia de su marido. Néstor tenía -como nadie- una sensibilidad que le permitía percibir el ánimo de los ciudadanos. No había encuestadora de opinión que pudiera con el ‘don’ del pingüino. Hoy, Néstor no está y eso comienza a notarse en el Gobierno.
Con una falta de percepción total del ambiente que se vive en las calles, Cristina profundizó su estilo desafiante y combativo. Los docentes, Macri, Clarín, Videla y hasta De la Rúa (por su corralito de 2001) fueron los principales receptores de los dardos presidenciales. El intento de exculpar los males hacia otros referentes de la oposición quedó trunco al producirse una increíble contradicción en su discurso.
“Se puede hacer política y oposición con cualquier cosa, menos con la muerte”, expresó la Presidenta comenzando su discurso. No muchos minutos después hizo alusión, una vez más, a la muerte de su marido (al decir que le llevó a su tumba el reportaje de un periódico a Videla).
Los tiempos que corren en el oficialismo no son los mejores. Las internas son cada vez más indisimulables. Cuando Cristina hizo su entrada al Congreso, volaban pequeños panfletos con la leyenda “Boudou Miente”. ¿Cómo llegaron? El Secretario de Comercio utilizó su poder para hacerlos llegar hasta la propia casa del ex ministro. El mismo Guillermo Moreno que incidió en la Presidenta para que el oficialista Oyarbide se declare incompetente en la causa contra Boudou. “Que pase lo que tenga que pasar con Boudou”, parece ser la consigna del oficialismo.
Mentiras, acusaciones, corrupción, tragedias y feroces internas se apoderaron del kirchnerismo. Fruto de ello, en estos días se conocerá una encuesta donde la Presidenta perdió un 12% de su imagen positiva. Si Cristina es moral y ética, Nietzsche diría que sus falencias en el discurso del pasado jueves no son un engaño, sino producto de un grado de confusión y falta de discernimiento. ¿Será la crueldad de los números la que la haga recapacitar?