BUENOS AIRES
Desde sus comienzos, Néstor y Cristina necesitaron de un “enemigo” para focalizar todos los males de la Argentina. Hoy es el turno de Hugo Moyano.
En los últimos años, los argentinos nos hemos acostumbrado a que la política sea sinónimo de “enfrentamientos” y “conflictos”. La llegada de los Kirchner al poder ha intensificado ese proceso. Hoy, la política argentina se concibe como una lucha de intereses donde la pelea entre dos figuras es un elemento imprescindible. Moyano versus Cristina parece ser la batalla de turno, pero –en realidad- no es más que un capítulo más de la novela kirchnerista, donde la presencia de un enemigo no hace más que enaltecer al líder “K”.
Desde sus comienzos en la escena política nacional, Néstor y Cristina eligieron convivir con un enemigo que les sirvió para estigmatizar todos los males del país. En la primera campaña presidencial, fue Carlos Menem quien padeció la incipiente furia “K”. En ese momento, el trabajo de Néstor no fue majestuoso ni sorprendente: el riojano venía siendo bastardeado por la mayoría de los argentinos; el entonces Gobernador santacruceño sólo debió fortificar dichos ataques.
El enfrentamiento del Gobierno con Moyano, el tema de los últimos días. Imagen: delalsurinforma.com
Una vez asumido, la figura del ex Presidente Menem desapareció rápidamente del escenario político y Kirchner se vio obligado a apresurar el rompimiento con Duhalde, quien le había posibilitado sentarse en el sillón de Rivadavia. El blanco elegido fue Daniel Scioli, el delfín que había puesto Duhalde para “controlar” al pingüino. Observando que la cintura política -del entonces Vicepresidente- para esquivar las críticas internas era bastante buena, Néstor no se anduvo con chiquitaje y apuntó directamente a Duhalde. En las elecciones legislativas del 2005, Néstor puso a Cristina como candidata a Senadora por la Provincia de Buenos Aires y aniquiló a ‘Chiche’ Duhalde: “mafioso” y “narco” fueron algunos de los calificativos que Duhalde debió soportar de los “ultra K”.
El mandato de Kirchner llegó a su fin y las figuras de Menem y Duhalde habían quedado en el pasado. Era hora de elegir a un nuevo “enemigo”. Fue entonces el turno de Lilita Carrió. La fundadora del ARI no sólo compartió sesiones con Cristina: en sus tiempos de legisladoras, fueron muchas las denuncias y coincidencias ideológicas que unieron a Lilita y Cristina.
Pero la maquinaria “K” se olvidó velozmente de ello y comenzó a martillar sobre la imagen de la candidata del Frente Cívico. La ventaja conseguida por el kirchnerismo en las elecciones presidenciales avistó que –paradójicamente- Carrió no era una “rival de peso”. El conflicto del campo arrojó un nuevo blanco para masacrar: el “traidor” Julio Cleto Cobos.
Pero el Vice de Cristina no fue el único enemigo con el que tuvo que lidiar el oficialismo desde el conflicto con el campo. El Grupo Clarín y Mauricio Macri son, desde entonces, los culpables de todos los males que sacuden a la Argentina. El organigrama de Cristina indica que en la Argentina está todo bien y no hay ninguna falencia; todos los problemas que viven los argentinos a diario, no son más que puros inventos del CEO Héctor Magnetto. Aunque parezca cuasi infantil, este es el panorama que pintan muchos funcionarios oficialistas.
La hora de Moyano (y Scioli)
La muerte de Néstor provocó una alteración “formal” en el plan de poder hegemónico kirchnerista. Más allá de perder al cerebro y padre del Modelo Nacional y Popular, el kirchnerismo perdió la manera más simple de burlar la Constitución Nacional. Nuestra carta magna prohíbe más de una reelección de una persona como Presidente. El propósito de ese límite es cambiar el “equipo de Gobierno” cada ocho años. Alternando el poder con su esposa, Néstor se propuso burlar el límite que marca la Constitución; propósito que tuvo éxito, ya que los argentinos tenemos desde hace 9 años (y tendremos –de no suceder un imprevisto mayor- por tres años más) el mismo espacio al mando del Poder Ejecutivo.
La idea de Néstor era presentarse él en el 2011, darle un descanso a Cristina para que retorne en el 2015 y así repetir sucesivamente el andamiaje para perpetuarse en el poder. Como dijimos anteriormente, el fallecimiento de Néstor impide que se lleve a cabo este plan. Consecuentemente, aparece la gran incertidumbre de saber quién será el elegido por Cristina para sucederla en el 2015 (siempre siguiendo la voluntad de Néstor de no reformar la Constitución).
En este simple razonamiento, se encuentra la explicación al enfrentamiento del Gobierno con Moyano, con Scioli y con todo aquel que pueda manifestarse como posible candidato.Cristina no confía en nadie para delegar el mando. Existe un temor irrefutable en el seno íntimo del kirchnerismo: correr el riesgo de sufrir en carne propia lo que ellos mismos le hicieron a Duhalde.
En el caso particular de Hugo Moyano, Cristina y compañía están sufriendo el síndrome de Frankenstein: fue el kirchnerismo quien edificó en Moyano al gremialista con más poder desde Miguel Lorenzo. Desde el 2002, en la Argentina creció un 56% el volumen de la industria transportada en camiones. A su vez, Moyano controla 16 ramas del transporte. Solo así, se entiende que una sola persona tenga el poder para “parar” al país en menos de 48 hs (como sucedió el viernes anterior al paro del miércoles).
Aunque reconocen esta atmósfera, no existen mayores arrepentimientos en el triunvirato “K” (Cristina-Máximo-Zaninni): Hugo puso la cara por el Gobierno en el peor momento de Cristina; fueron los “muchachos” de Moyano los que se encargaron de “liberar” las rutas cuando el campo (con De Angelis a la cabeza) fomentaban el desabastecimiento como método de reclamo.
Por ese motivo, en el oficialismo no se habla de “traición” y sí de “abandono” cuando se refieren al gremialista. “Los K tenemos códigos”, suele escucharse en los pasillos de la Rosada. Sin embargo, el hecho de no acusar a Hugo de algo que no fue (traidor) no significa que se reduzca el nivel de agresión hacia su persona. La piedad no es una de las virtudes de Cristina y Moyano sufrirá esa circunstancia en los próximos días, meses y años.
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